Desde el final del siglo XVIII las páginas de la Historia antigua de México, aun cuando Francisco Javier Clavijero se refiere a ellas como ensayo y tentativa, como “un esfuerzo atrevido de un ciudadano”, antes que como un auténtico libro de historia, funcionan como mirador y monumento. Esto último atañe a la escritura de Clavijero, cuya limpia y pulida prosa se pudo apreciar hasta que se hizo pública la versión original de su obra a mediados del siglo XX. El mirador tiene que ver con esto otro: la creación de la antigüedad mexicana, o mejor dicho, la construcción de una historia no solo honda y propia, sino además de todo antigua, para la imaginación cultural del criollismo novohispano.
La Conquista y el Virreinato constituyeron el mayor riesgo a la supervivencia de los naturales, tal y como lo observó George Kubler en un ensayo que tituló “Sobre la extinción de los motivos del arte precolombino en la Colonia”. La extinción de sus culturas fue gradual, dice él, y en realidad caló hasta la médula de aquello que más adelante se reconocería y apreciaría como la antigüedad mexicana. En el arte y en la arquitectura se excluyó cualquier continuidad desde el siglo XVI. En el siglo XVII se fueron extinguiendo algunos rituales y costumbres indígenas. Y solo en la segunda mitad del XVIII, a la sombra de la “autopsia arqueológica” que regaló la Ilustración borbónica –como se aprecia en el interés de José Antonio Alzate por los vestigios de Xochicalco, en el de Joseph Antonio Calderón por las ruinas de Palenque y en el de Pedro José Márquez por la pirámide de Tajín–, se vieron con nuevo detenimiento tanto la escultura monumental como otros vestigios materiales. La sensibilidad criolla, como la europea, pasó por alto las pinturas prehistóricas en cuevas y abrigos rocosos, y no fue sino hasta el inicio del siglo XX cuando estas encontrarían su sitio en el novísimo horizonte prehistórico de la antigüedad mexicana. El propio Kubler parece sugerir que a la deliberada extinción de las configuraciones y entidades culturales de los indígenas en la Nueva España se opuso en cierto modo esto otro: la creación del México Antiguo. Las supervivencias ya eran para el siglo XVIII “algo que estaba más allá de la memoria” y del estudio de Francisco Javier Clavijero, por lo que “es una autopsia lo que toda la investigación posterior ha seguido realizando”.